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jueves, 11 de octubre de 2012

Dios vive bajo un puente


Esta mañana hace un día precioso. Los incipientes rayos de sol iluminan las copas de los árboles y las escasas nubes no suponen ninguna amenaza. De modo que me preparo, cojo la bici y salgo dispuesto a disfrutar de una agradable ruta por el Anillo.
Llevo más de una hora pedaleando cuando, tras cruzar el Puente de San Fernando sobre el Manzanares, llego a la interminable valla que bordea el Real Club Puerta de Hierro. El sol se filtra a través de los huecos del muro, la exclusividad también. Cuando se termina este tramo y desembocamos en la calle Arroyofresno es inevitable detenerse un momento y contemplar las lujosas casas que se adivinan tras los cuidadísimos setos. Unas viviendas que no están al alcance de cualquiera.

Continúo subiendo la calle y al llegar al paso inferior bajo la M-30 me fijo en un curioso detalle. Aquí se encuentra la Iglesia de Santo Domingo de la Calzada. La nave central ocupa uno de los tres ojos del puente.

Desconozco la razón de tan extraña obra arquitectónica, pero es toda una lección de humildad en medio de un entorno privilegiado.

martes, 18 de septiembre de 2012

Partir.


Poco a poco fue remitiendo el temporal de agua y viento que castigaba la comarca desde hacía varios días. Cuando por fin cesó la lluvia pudieron verse los devastadores efectos causados en las cosechas. Campos anegados y árboles derribados hablaban de la violencia con las que la madre Naturaleza se había empleado para destruir en unos días el resultado del trabajo de todo un año. Aquellas gentes no comprendían el porqué de lo sucedido. Unos creían que era un castigo divino. Otros hablaban de mala fortuna. Tan solo unos pocos admitían que era un fenómeno natural que nada tenía que ver con Dios ni con la suerte. La inmisericorde realidad era que ese invierno sería duro, muy duro y que el hambre llamaría a la puerta de muchos de ellos.

Daniel no tuvo duda. Ya había tomado esa misma decisión dos años antes en medio de una pertinaz sequía que diezmó su ganado, aunque finalmente se arrepintió. Ahora era distinto, esta vez no tenía la menor intención de volverse atrás.

Un mes después, desde el interior del vagón, dirigió su mirada con tristeza hacia lo que hasta ahora había sido su casa, sus campos y sus animales. Ese lugar que contenía todas sus vivencias y donde también dejaba su corazón. Para no sufrir más cerró la cortinilla de la ventana y se recostó en el asiento. Desde su cómoda posición oyó los chorros de vapor expulsados por la máquina y el largo pitido con el que el maquinista avisaba que el tren partía rumbo a un nuevo y desconocido destino donde empezar una nueva vida.
Cerró los ojos y el sueño fue apoderándose de él, aunque antes de dormirse completamente creyó oír una extraña voz femenina que decía:

“Señores pasajeros, por favor, abróchense los cinturones de seguridad y pongan el respaldo de sus asientos en posición vertical. Despegaremos en unos minutos. Gracias.”

viernes, 31 de agosto de 2012

Castillos de arena.

Un apunte rápido, muy rápido. Si no fuera así perdería la esencia y la frescura del momento que deseo plasmar.

Alberto se afana en ganar la partida al mar. Mientras él retira la arena en un esfuerzo hercúleo, las olas la devuelven tenazmente a su lugar.Es una lucha desigual en la que el deseo se enfrenta a la realidad.

Los humanos no tenemos remedio, a pesar de saber que algo es imposible nos atrevemos a desafiar el orden natural e intentamos cambiarlo. Parece absurdo, pero quizá no lo es.

Ante lo inevitable casi siempre se fracasa pero alguna vez alguien lo consigue y entonces… entonces habrá merecido la pena el esfuerzo.

De repente las olas pierden efectividad. Está bajando la marea y el agujero ha tomado profundidad. Ha sido cuestión de que llegara el momento oportuno.

Posiblemente no haya nada imposible.