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lunes, 4 de febrero de 2013

Contigo pan y ...


Hacía ya dos años que Lola y Sergio se habían conocido y casi ocho meses que vivían juntos en un pequeño apartamento en las afueras.
Fue en la boda de Carlos. Sergio supo al instante que quería compartir su vida con aquella mujer tan vital que no dejaba de hacerle protagonista de sus comentarios y Lola cayó rendida ante su irresistible encanto personal.
Sentados en el sofá, envueltos en lo que ellos llamaban la “bata-manta para dos” seguían las noticias con preocupación. La cosa estaba mal, muy mal. Pero ellos se tenían el uno al otro.

-¿Sabes?¡ Carlos y Marina se han separado definitivamente.

-Se veía venir. Desde que ambos se quedaron en paro las cosas no han ido sino a peor.

-Sí es cierto. Pero debe haber algo más. No creo que solamente las cuestiones económicas hayan acabado con su relación. Fíjate en nosotros, a pesar de las dificultades aquí estamos, juntos. Y así seguiremos ...
¿Verdad?

Sergio miró aquellos grandes ojos que, anhelantes, esperaban respuesta.

-¡Por supuesto que sí! Nada va a separarnos.

Se abrazaron con fuerza mientras el volumen de la televisión comenzó a bajar y las noticias se hicieron imperceptibles.

miércoles, 23 de enero de 2013

Abstracción


A media mañana suelo salir a dar un paseo para despejarme. La liturgia es siempre la misma: pasillo, ascensor, hall, puerta principal. Allí miro hacia la izquierda, hacia la derecha y tomando una dirección al azar comienzo a caminar con rumbo errático mirando sin ver y oyendo sin escuchar.Siempre igual. Aunque hoy me he percatado de algo en lo que hasta ahora no había reparado.

No importa la ruta o las vueltas que dé; casi siempre regreso por la misma calle. Sí, sí, casi siempre. Ejerce sobre mí una potente atracción y, sin darme cuenta, acabo doblando la esquina y desembocando en ella.

Es una calle pequeña, tranquila, solitaria. En ella hay una casa antigua con un jardín y, tras ella, un olivar. El conjunto no guarda relación con el entorno.

En la casa vivió un ilustre personaje, Menendez Pidal. Interesante biografía, aunque lo que a mí verdaderamente me atrae es la calle, la casa y el susodicho olivar.

A veces me quedo un buen rato mirando la verja, el portón, la torre que sobresale entre los árboles. Me transporto a otro siglo, a otros usos y a otras costumbres.

Hoy he sentido la necesidad de dibujar la escena en un intento de congelar el momento y establecer un puente al pasado.

jueves, 17 de enero de 2013

La caja



Ian se aferraba con todas sus fuerzas a la chimenea de ladrillos. La inestable y antigua estructura amenazaba con ceder y precipitarle al vacío. La situación era angustiosa y el pánico agarrotaba sus músculos, pero no podía hacer otra cosa más que quedarse lo más inmóvil y silencioso posible.
A través del ventanuco por el que había salido al tejado se escuchaba el ruido que aquellos hombres hacían al registrar la habitación.

¿Cómo había llegado a esto? Esta pregunta no parecía tener respuesta.
Él era una persona normal, cumplidora socialmente y sin sombras en su pasado.
¡Ni siquiera tenía una multa pendiente!
Hacía dos días que había llegado a la ciudad para supervisar una instalación en una de las Oficinas que su empresa tenía en el país. Cuando surgió el tumulto en el aeropuerto, no se percató de aquella mujer que se acercó a él y sigilosamente deslizó la cajita en el bolsillo izquierdo de su abrigo.

Ahora esos hombres harían cualquier cosa por recuperar esa caja.

Él no sabía lo que contenía, ni siquiera había tenido la valentía de abrirla cuando esa misma mañana la encontró. Era pequeña, metálica y con una especie de semiesfera de cristal opaco.

¿Que podría haber dentro que justificara tal violencia por recuperarla?
¿Quién era esa persona que le avisó unos minutos antes de que vinieran a buscarle y le convenció para que huyera?
Preguntas, preguntas sin respuesta.

Su corazón se heló cuando vio aparecer unas manos en el marco del ventanuco. Afortunadamente algo sucedió dentro y los hombres huyeron a toda prisa.

Bueno, esta historia promete pero no tengo más espacio ni tiempo, de modo que:

 la estructura cedió, Ian cayó al patio interior y se dio un mamporro de tres pares. La caja se hizo añicos  y un líquido verde, que no tengo ni idea de lo que era, se esparció por el suelo.

Fin.

PD. Al final me quedo sin saber qué era lo que tenía la dichosa cajita. ¡Cachisssss!

martes, 8 de enero de 2013

Death Valley


Es increíble, pero no se ve el final de la carretera. Se pierde en la lejanía dentro de una zona en la que se difumina el horizonte. El polvo se mastica y a través de los negrísimos cristales de las gafas la luz es dolorosamente intensa. El implacable sol abrasa la piel y el calor es tan sofocante que apenas permite respirar. Son ya demasiados kilómetros sin ver un lugar en el que parar.

La interminable Scotty´s Castle Road serpentea durante un breve trayecto para perderse de nuevo en el horizonte dejando a su lado un pedregoso paisaje. Dicen que en este lugar sin agua ni sombra una persona puede morir en menos de cuatro horas debido a la deshidratación. No tengo ganas de comprobarlo.

De pronto viene a mi mente la película Easy Rider y recuerdo que en el móvil tengo parte de su banda sonora. Con los primeros acordes de The Weight las cosas se ven de otra forma, siento en la cara la caricia de la brisa y hasta me sobra el casco. Don´t Bogart Me comienza a sonar y la sensación de libertad es total. Aquí no hay nada ni nadie, sólo la carretera, la música y el desierto.

Bonito ¿no?, pues eso, quizá algún día.